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Frío que penetra desde las plantas de los píes, expandiéndose por las entrañas. Hace su alarde en pequeños temblores y rechinar de dientes. Fría el alma, porque ahora que se divide logrará libertad. Posibilidades que desaparecen, el tiempo no jugaba a su favor. Fríos los ecos que retumban en éstas paredes celestes, prisioneros de hombres enmascarados.
Deja de pensar, se repite.
Tus pensamientos jugarán con tu mente.
Quiero libertad y una sombra se mueve detrás suyo.
Una oración talvez me calme.
Sólo inhala y exhala, le dicen.
Y quedo dormida.
Yo espero en la otra habitación.
Escucho gotas caer de la ducha, gotas poco delicadas, que más parece un enano con su picota haciendo una excavación.
Del otro lado la voz de un hombre poco delicado que hace las pruebas de anestesia.
Y debajo mío la sala de espera con la televisión a todo volumen. Montones de ecos coronados con el eco que produce mi celular.
Sentado en frente de una cama de ochenta centímetros, entre dos puertas, y una madre histérica esperándome en casa para que cumpla labores de limpieza. Limpieza profunda es la que trato de hacer escribiendo todo esto.
Portador de muerte me llamo, palabras azarosas me dijo que pronuncio para dar un comentario. Acabo de escuchar pasos, y más bullicio. Esto tiene un mix entre hospital y pensión.
Una pequeña ranura debajo de la puerta permite el ingreso de un cachito de luz.
Ya doctor, dijo. Y entro a recoger su ficha que me hace responsable de su muerte.
Portador de muerte me dijo.
Palabras al azar como la vida.
Un suspiro y dejaré esto.